viernes, 1 de marzo de 2002

MARZO. CUENTO DE CUARESMA

MARZO. CUENTO DE CUARESMA

- Buenas noches. ¿Vais a Sangüesa?
Uno deja de pensar con la cabeza para pensar con las piernas cuando se llevan a la espalda más de treinta kilómetros de asfalto. Se experimentan entonces antiguas técnicas orientales que relacionan cada órgano del cuerpo con un trocito de la planta del pie. Si piso así me duele el riñón. Si piso asá se me nubla la vista. Pero cuanto más veces piso más se acerca la meta: Javier, el castillo. el santo, el reto deportivo, la gloria del peregrino, la petición que se cumplirá...
- ¿Eh? Buenas... ¡no hombre! Voy a Javier.
- Ah, yo también.
Las luces de los coches dibujan fugazmente el rostro barbado del caminante.
- Se te ve muy fresco, no vendrás desde Pamplona, ¿no?
- Oh, no. En realidad vengo de Lisboa.
- ¡Vaya! ¿Eres portugués?. Tienes un acento raro.
- No, yo soy de Javier.
(Anda muy ligero este javierino para venir de tan lejos. ¿Me estará tomando el pelo?)
- Ya falta menos.
- Si.
- ¿Quieres un trago? -pregunto mientras me descuelgo del cuello una bota de vino casi vacía-.
- No, gracias, ahora no puedo beber.
Se hace silencio en el camino nocturno. Mi bastón golpea la gravilla del arcén mientras se oye como un rumor de sotana oscura y sandalias pobres. Me acompaña en la javierada un cura alto y fuerte que se parece al santo misionero. Yo se que San Francisco de Javier nació hace quinientos años y murió a la vista de las costas de China... y ahora me da miedo mirar al peregrino de reojo. Me gustaría no haber dicho por ahí que creo en los milagros.