domingo, 19 de marzo de 2023

Amor a los enemigos


Al final de las heladas, Tarko decidió pasar a la acción. Tanto tiempo encerrado, comiendo mal, durmiendo entre pesadillas y sin hacer ejercicio estaba acabando con sus nervios. Estaba cansado de huir, de esconderse. Algo parecido a la voz de su conciencia resonaba en el rincón más ignoto de sus recuerdos y ya no podía seguir ignorando esa llamada de auxilio. Fue por eso que se alistó en el ejército blanco. El amor a la patria, los ideales enarbolados por unos o por otros no influyeron en su determinación. Unas pocas semanas de instrucción, un viaje a la zona barrida, un día en primera línea de fuego y ahí había concluido su fugaz carrera militar. Ahora, cuando estaba cayendo la noche y había cesado el ataque, se preparaba para algo que nunca supieron explicarle. Sabía avanzar, luchar, tal vez morir... pero ¿cómo vivir?


- ¿Cuánto tiempo podré sobrevivir aquí, tras este pequeño parapeto ruinoso, con la pierna destrozada? -piensa- Tan sólo acompañado por el cadáver de mi... ¿compañero? ¿amigo? ¿enemigo? Porque... ¿quién era Angel? ¿un imbécil? ¿un santo?


Todo había ocurrido en apenas cinco minutos y sin embargo ahora mismo podría ver, impresas en su memoria, horas de imágenes a cámara lenta, desde todos los ángulos posibles. Sabía que si por algún milagro lograba salir de esta ya nunca podría dejar de mirar esos cinco minutos en los que cada poro de su piel, cada célula de su cuerpo, cada resquicio de su alma había impreso un dato, un reflejo, una nubecilla de polvo, una mancha de sangre, un grito lejano, una parte de onda expansiva.


- Y lo que más me jode es que siempre, en medio del caos, de pie, protegiéndome como si fuera el protagonista de la película de mi propia vida no estoy yo sino Angel, ese idiota.



Se conocían ya en el barrio. Tarko era un tipo decidido, bravucón, imán de malas compañías. Angel un pardillo, un tipo tranquilo, siempre repeinado y sonriente. Cuando se reconocieron en el campamento Tarko volvió a maltratarle como aquella vez, cuando Angel le había descubierto robando tabaco en la tienda de la vieja malaleche.


- Nunca me caíste bien, idiota, y mira cómo estamos ahora. Te odio más que nunca. ¿Los negros? Esos me dan lo mismo. He matado a varios de ellos como si tal cosa pero lo que tengo con ellos no es nada personal. Tú en cambio siempre has sido mi auténtico enemigo.


Las palabras salían de entre los labios resecos de Tarko como insectos metálicos. O tal vez de su pierna tumefacta. En cuanto llegaron a sus propios oídos brotó en su conciencia un vértigo infinito y no quiso reconocerse en ellas. Tarko había odiado mucho. Tres veces trató de borrar la sonrisa de Angel y tres veces fue derrotado por su enemigo.


- Cuando ascendí a cabo ¿sabes? lo primero en que pensé, como un enfermo, fue en perjudicarte. ¿Por qué nunca me lo reprochaste?


El soldado Angel no responde. Está muerto. Al menos eso parece porque ya no sonríe. Tiene el rostro relajado, impasible, como la momia de un rey. Nunca podrán salir de donde están sin ayuda. Tarko sigue hablando. Está vivo. Algo parecido a una esperanza delirante sigue palpitando en el fondo de su alma oscura.


- No. Ya no tengo salvación. Más salvado estás tú que yo. Tú siempre estás bien, siempre has sabido estar bien. Aquella vez que hice correr aquel rumor contra tí, por pura rabia... ¿recuerdas?. Tú siempre sufrías menos recibiendo mis golpes que yo dándotelos. ¿Por qué, idiota?


El soldado muerto guarda un elegante silencio. Exactamente igual que cuando lo hacía vivo. Tampoco tiene nada que decir esta noche. Es el momento supremo de Tarko. ¿Tendrá fuerzas para romper con su propia miseria, para levantarse, salir de donde está, volver y limpiarse? No queda mucho tiempo. Tarko lo sabe. No puede mover la pierna pero tal vez pueda arrastrarse con la otra. Cuando oscurezca un poco más, si no vuelve el bombardeo, podría intentar regresar con los suyos.



- Aunque ya no se quiénes son los míos. Angel era uno de los míos y ya ves... ¡Debería pasarme a los negros! Ellos me curarán. Tal vez me den un trato justo, unos meses en un barracón, acaso unos años... y ya está. Allí no tendría que fingir, rodeado de enemigos declarados al fin podré ser yo mismo.



Tarko reúne todas sus fuerzas para empezar a manipular su pierna maltrecha. Cada roce, cada pequeño movimiento le hace sentir un dolor agudo que no le deja pensar con claridad. Lleva un torniquete mal ajustado que parece haber detenido la hemorragia pero sabe que no podrá seguir así mucho tiempo. Se protege la herida lo mejor que puede y comienza a arrastrarse en dirección a los suyos. En los primeros diez metros, en la oscuridad nocturna, ha olvidado completamente la idea de entregarse que hace un momento le daba ánimos para empezar a andar. Vuelve la vista al parapeto. Cree haber oído una voz que le llama.


- No, Idiota, déjame en paz. Tú ya estás muerto y estás bien así. Eres el muerto perfecto. ¿Cómo voy a cargar contigo? ¿Para qué? Podría haber dos o tres kilómetros hasta nuestra línea. Tal como tengo la pierna no se si yo mismo podré llegar.


Recostado en la misma posición Angel no dice nada ahora pero hace un momento que Tarko acaba de oir su nombre. ¿Ha sido Angel? ¿Ha sido el remordimiento de un soldado que arrastra su maldad dejando un reguero de sangre? Tarko está volviendo. Sabe que no podrá vivir dando la espalda a su verdadero enemigo, a su querido enemigo. Por eso, y porque hay una vergüenza primitiva que no quiere arrostrar es por lo que regresa a por el pesado cuerpo inerte de un Angel de plomo. Ahí van ahora, arrastrándose centímetro a centímetro. Tarko ya no piensa en la meta. Tan solo sabe que nunca se sintió tan ligero.


Javier Garisoain Otero

Marzo de 2023